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La magia y la literatura infantil

Es cierto que para muchos de quienes me oigan defender aquí la magia mi discurso les sonará a desvarío. Al principio yo mismo pensé que la magia era otra de mis fantasías, una idea con la que jugar a la filosofía, así, sin demasiada seriedad, aunque también con cierto recato, como el de quien pasa la mano rápidamente a través de una llama para obtener una dosis de vitalidad, pero sin un auténtico riesgo. Una pizca de miedo a la locura me servía de freno: mi mente suele tenderle la mano a lo extravagante, y además es una mente muy dotada para la abstracción —sería capaz de estudiar matemáticas en la plaza más ruidosa de Europa—; de ahí el temor a soltar las amarras del globo y no saber regresar. Porque, aunque volar es la experiencia más hermosa, siempre entraña algún riesgo. Sin embargo, el que la magia exista, o deba existir, no es una locura. Más bien, la volatilidad de mi mente me ha permitido acercarme al hecho de la magia a pesar de pertenecer a un siglo tan profano. Si hu

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